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Niños de Kakuma

Students at Kakuma refugee camp walk home from school. JAIME JOYCE FOR TIME FOR KIDS

KAKUMA, Kenia — Los animales salvajes deambulaban a la noche, pero Rose Peter y los otros 19 niños con los que estaba aún se las arreglaban para dormir en los arbustos. Durante el día, caminaban. “Una semana”, Rose me dice cuando le pregunto cuánto tiempo llevó el viaje. Dice que comenzaron solos desde Sudán del Sur a Kenia. (Sus padres llegaron más tarde). UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, los recogió en la frontera y los condujo dos horas hacia el sur al campo de refugiados de Kakuma. Esto fue en 2014. Rose ha vivido ahí desde entonces.

UN HOGAR LEJOS DEL HOGAR El campamento de Kakuma abrió en 1992. Es ahora el hogar de casi 186,000 refugiados de 19 países.

JOERG BOETHLING—ALAMY PHOTO STOCK. MAPS BY JOE LEMONNIER FOR TIME FOR KIDS

“Había guerra en mi país”, dice Rose a través de un traductor. De hecho, la guerra civil aún arrasa Sudán del Sur. Estamos parados afuera bajo el sol caliente en un campamento polvoriento de hogares con paredes de barro. “Espero que después que termine la escuela, mi vida cambie completamente”, dice Rose.

Rose, de 18 años, es una refugiada. Un refugiado es una persona que ha escapado de su país debido a una guerra o por miedo de persecución debido a su raza, religión o nacionalidad. La opinión política o membresía en ciertos grupos sociales también pueden jugar un papel. Un acuerdo de las Naciones Unidas (ONU) llamado la Convención de Refugiados de 1951 define formalmente el término de refugiado. Además, establece los derechos de los refugiados. Estos incluyen el derecho a alimentos, albergue y, para niños, educación.

En marzo, viajé a Kakuma con UNICEF para aprender cómo se siente para los niños refugiados vivir y asistir a la escuela en ese lugar. En el Centro de Recepción Kakuma, donde los refugiados permanecen cuando llegan por primera vez, conocí a Jackson de 15 años, quien vino de Sudán del Sur sin su familia. En la huerta comunitaria, Alice de 11 años, me mostró un lote de plantas de frijoles que emergían de la tierra. En el patio de juegos del Centro Furaha, los niños gritaban en deleite mientras eran empujados en columpios por adultos cariñosos. En el idioma kiswahili de Kenia, furaha significa “felicidad”. La mayoría de mi tiempo, sin embargo, lo pasé con los niños en las escuelas.

TODOS JUNTOS En Kakuma, es común que los estudiantes de edades diferentes aprendan juntos en un único salón de clases.

RODGER BOSCH FOR UNICEF USA

En el salón de clases

Es media mañana en la Escuela Primaria Mogadishu. Los niños en uniformes a cuadros azules y blancos llenan un patio de tierra rodeado de salones de clases y árboles que dan sombra. Una niña arrastra un círculo con tiras de tela ligadas por nudos, usado en un juego de saltar la cuerda. Niños pequeños comen crema de avena de tazas rojas de plástico mientras un trabajador atiende un fuego crujiente y una olla burbujeante con frijoles y maíz, githeri: el almuerzo para los 21 maestros de Mogadishu.

El director Pascal Lukosi me recibe en la oficina. “La inscripción aumenta cada vez más, año tras años”, dice. En este día, la escuela tiene 2,815 estudiantes. Rápidamente hago la cuenta: un maestro por cada 134 estudiantes. La congestión es común en las escuelas de Kakuma. La tasa promedio de estudiante-maestro es de 100 a 1.

Es también común en Kakuma encontrar estudiantes de varias edades en un mismo salón de clases. Típicamente, los estudiantes de escuela primaria tienen entre 6 y 13 años de edad. “[Pero] debido a que Sudán del Sur está destrozado por la guerra, no asisten a la escuela a la edad apropiada en su país natal”, dice Lukosi. En 2017, Kakuma registró más de 23,000 llegadas nuevas. “Las personas siguen llegando”, dice Lukosi. “Desean asistir a la escuela”.

Motocicletas, llamadas boda bodas, son la forma principal de transporte en las calles sin pavimentar de Kakuma. Pero los niños caminan a la escuela. No hay autobuses. Para algunos, el viaje lleva más de una hora de ida y otra de vuelta.

En la tarde, visito Bhar-El-Naam. Kakuma tiene 21 escuelas primarias, esta es una de dos exclusivamente para niñas. Es alrededor de las 4:00, y cinco estudiantes uniformadas con vestidos púrpuras con cuellos blancos anchos, se agrupan alrededor de un escritorio angosto de madera. Pregunto qué hacen usualmente después de la escuela.

“Yo busco agua y lavo utensilios y ropas”, dice Njema Nadai Ben, de 12 años. Las otras niñas asientan en acuerdo. Los hogares no tienen agua corriente, y los refugiados deben caminar hasta una de las 18 perforaciones, o pozos, del campamento para obtener agua.

¿Y qué pasa con las tareas escolares? “No tenemos luz para leer a la noche”, explica Rachel Akol Dau, de 17 años. Los hogares también carecen de electricidad. Pero Rachel y otras estudiantes encuentran la manera de estudiar. “Enciendo un fuego”, dice. “Esto me da luz”. Ella me dice: “Deseo cambiar el futuro de mi familia”.

EDUCAR A LAS NIÑAS Jessica Deng, de 21 años, nació y creció en el campamento de refugiados de Kakuma. Ahora enseña matemáticas en Bhar-El-Naam.

JAIME JOYCE FOR TIME FOR KIDS

Jessica Deng, de 21 años, enseña matemáticas en Bhar-El-Naam. Es también una estudiante egresada de aquí, nacida y criada en Kakuma. “Nada es sencillo en este campamento”, dice. Especialmente para niñas. “[A algunas] les dicen ‘no vayas a la escuela’. A otras les dicen: ‘Haz esta tarea antes de ir a la escuela’”. Y a pesar de esto, “vienen la escuela”, dice Deng. “Tienen mucho entusiasmo”.

Hacia el futuro

Establecido en 1992, el campamento de Kakuma cubre seis millas cuadradas en el noroeste remoto de Kenia. (Ver el mapa en la página 5). El asentamiento Kalobeyei cercano abrió en 2016 para aliviar la superpoblación. Juntos, son el hogar de casi 186,000 personas de 19 países, incluyendo Sudán del Sur, Somalia y Etiopía. Casi el 60% son niños.

Mohamud Hure es un oficial de educación de la ONU en Kakuma. “Los refugiados consideran a la educación una prioridad alta”, dice. “Pero la infraestructura de educación es muy limitada”.

En la Escuela Amigos de Kalobeyei, 37 maestros y casi 6,000 estudiantes se apiñan hombro a hombro en salones de clases temporarios construidos de chapas y alambre. “Nos sentamos en la tierra, sobre un tapete”, me cuenta el estudiante Jonathan Kalo Ndoyan de 17 años. “Cuando llueve, no tenemos un lugar donde sentarnos”.

Los materiales son difíciles de conseguir. En Amigos de Kalobeyei, 18 estudiantes comparten un libro de texto. Los estándares educativos kenianos dicen que cada uno debe tener su propio libro. Pero eso no es la realidad, dice el trabajador humanitario Kapis Odongo Okeja. “Los estándares son deseos”, dice.

El año pasado, 8,000 estudiantes se graduaron de las escuelas primarias de Kakuma y Kalobeyei. Solo el 6% asistirá a la escuela secundaria. Hay únicamente seis de estas, no las suficientes para acomodar estudiantes que desean continuar con su educación durante otros cuatro años. Por ahora, los estudiantes asisten a la escuela en turnos. Y por primera vez, se les ha pedido pagar una tarifa anual de $30. Mientras estaba en Kakuma, una protesta contra la tarifa se tornó violenta. Algunas escuelas cerraron temporalmente.

TOMA AGUA Niños en la Escuela Amigos de Kalobeyei toman un descanso para beber agua. Los 5,815 estudiantes de la escuela se reúnen en salones de clases provisionales y se sientan en tapetes en pisos de tierra.

JAIME JOYCE FOR TIME FOR KIDS

La Escuela Secundaria para Niñas Morneau Shepell no fue afectada. Es porque una corporación grande donante financia el internado. Aquí, 352 estudiantes tienen 17 maestros, escritorios individuales y acceso a Internet. Se despiertan a las 4:30, comen el desayuno a las 6:00 y las clases comienzan a las 7:30. “La escuela está aquí para dar [a las niñas] un lugar seguro”, dice Mohamud Hure.

En un salón de clases, las estudiantes cuentan a los visitantes qué desean hacer con sus vidas. Doctoras, abogadas, ingenieras, maestras y pilotos son profesiones populares.

Nawadhir Nasradin, de 16 años, aspira ser una poetisa. Después que suena la campana, ella recita uno de sus trabajos. Finaliza con estas palabras: “La educación empodera”.

Este es mi último día en Kakuma. Pienso en Rose, la niña que conocí mi primer día. Ella sueña con volver a un Sudán del Sur pacífico y con una carrera de pediatra. Este año, tomará el examen nacional keniano requerido para graduarse de la escuela primaria. Le pregunté a qué escuela asiste. Se llama Esperanza.

Cómo puedes ayudar

RODGER BOSCH FOR UNICEF USA

De los casi 22.5 millones de refugiados del mundo, más de la mitad son menores de 18 años. UNICEF trabaja para proteger los derechos de los niños, incluyendo el acceso a la educación.

Los kits de educación de UNICEF (mostrados a la derecha, los cuales se usan en la Escuela Amigos de Kalobeyei, en Kenia) son una manera de ayudar. Contienen los útiles escolares básicos, incluyendo libros, lápices, tijeras y bloques de madera para contar.

“Cada vez que pueden usar estos kits, se ponen muy contentos”, dice Songot Paul, director de la Escuela Amigos de Kalobeyei. “Se motivan para aprender más”.

¿Te gustaría ayudar a los estudiantes refugiados? Visita unicef.org/tfk para hacer una donación. Un poquito da mucho: $14 compra un juego de 40 cuadernos, 40 pizarras y 80 lápices. Además, puedes ayudar participando del programa Kid Power de UNICEF. Visita unicefkidpower.org.

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